El hombre ha soñado con volar desde que nuestros ancestros contemplaron por primera vez a las aves planeando en el cielo.
E incluso el día en que el sueño se realizó, primero gracias a los globos aerostáticos y más tarde en aviones más pesados que el aire, el sueño permaneció incumplido.
Porque ser verdaderamente uno con el cielo, ser capaz de descender en picado y planear como un halcón o un albatros, siguió siendo algo imposible. Y en las leyendas donde el sueño se hizo real, tal y como relató el mito de Ícaro, el hombre-pájaro de la Grecia clásica, el precio fue muy alto: un ignominioso impacto contra el suelo.
Pero para un valiente pionero suizo, un expiloto militar, llamado Yves Rossy, el sueño ha terminado por hacerse realidad.
Tal y como mostramos en estas asombrosas fotografías, Rossy de 45 años, ha logrado obtener de la manera más real posible, la sensación de ser como un ave verdadera.
Allá en el año 2003, Rossy (ahora capitán de líneas aéreas comerciales) comenzó su proyecto Flying Man (Hombre Volador) atando un par de alas cortas a su espalda y saltando desde un avión, planeando casi 12 kilómetros mientras descendía en caída libre desde apenas 1.000 pies de altitud.
Atado al artilugio, fabricado con varios metales, fibra de vídrio, Kevlar y fibra de carbono, Rossy se sube a la pequeña aeronave que le eleva hasta su punto de lanzamiento.
A una altitud en torno a los 7.750 pies, Rossy salta como cualquier paracaidista. Pero al contrario que estos, no cae en picado sobre los Alpes, allá abajo.
Simplemente, el perfil alar de 3 metros atado a su espalda, genera la elevación necesaria como para negar los efectos de la gravedad. Al principio, una vez que las alas se despliegan electrónicamente, Rossy se convierte en un planeador, después cuando se activan los cuatro motores de keroseno, se convierte en un avión a reacción.
Gracias a los motores, cada uno de los cuales desarrolla un empuje de 22 kilos, Rossy no solo puede mantener la altitud, sino que de hecho puede ganarla a un ritmo de varios cientos de pies por minuto; hasta que se agota el combustible seis minutos más tarde. Luego aterriza gracias a un paracaídas convencional.
“No ha habido estudios aerodinámicos apropiados sobre el modo de simular esta clase de vuelo”, comenta Rossy. “Todas las simulaciones incorporan una nave voladora rígida. Mis alas son rígidas, pero por supuesto yo no lo soy. “Fabriqué el artilugio puramente por intuición”, añadió.
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